Estábamos en lo mejor de una partida de dominó en la sala de cámaras cuando escuchamos una voz al fondo, - “Eeeh…cámara de turno nos vamos” – el madrazo del compañero que iba ganando no se hizo esperar, el chico quedó aplazado y las apuestas fueron a la caja de madera destinada para esos menesteres. Jairo Guzmán tomó su cámara y como no estaba su asistente me dijo – Ovejo camine me ayuda- yo me regalaba hasta para probar un paracaídas recién remendado.
Tomamos la avenida 26 con rumbo al centro de Bogotá en el dogde dart verde modelo 1977 de don Gabriel Bonilla; en la parte de adelante iba Juan Luis Martínez, periodista, que sin duda era el mejor dateado en temas de la Policía en ese momento… Juan Luis comentaba de qué se trataba la nota, íbamos a grabar el museo de grandes criminales capturados o dados de baja por la Policía Nacional de Colombia. Don Gabriel nos miró por el espejo retrovisor y nos hizo cara de “esa es una nota chimba”… Jairo y yo sonreímos. Gabriel es un viejo zorro en las lides del periodismo televisivo y algunas veces hasta sabía más que cualquier periodista.
Al bajarnos del carro nos recibió el frío de la gris tarde capitalina, la guía asignada empezó el recorrido por el primer piso, armas, banderas, uniformes e historia de la Policía desde su creación por parte del general Juan María Marcelino Gilibert por allá en el año 1891.
Al llegar al segundo piso, nos encontramos casi de frente un muñeco con una máscara en cera con algunos rasgos de Pablo Escobar que representaba al capo… El muñeco era uno de esos Papá Noel como de un metro 70 centímetros que se ponen de moda en navidad, solo le habían puesto ropa parecida a la que usaba el narcotraficante en la Catedral, lugar donde fue puesto a salvo por el Gobierno.
De repente Jairito se me acerca y me dice discretamente, - “Ovejo, venga mire esto”-. Al ver el descubrimiento expuesto por la Policía en su museo del crimen nos hicimos los pendejos, no nos quedaba difícil, y se hizo la toma como si fuera una más… La verdad era otra.
Ya de noche llegamos al noticiero, Daniel Coronell el director y Humberto Huertas, jefe de edición, estaban en la sala número uno… Al ver el material y observar la toma de una máscara del líder de la insurgencia liberal en los Llanos durante la violencia, y la leyenda debajo de ella, que esclarecía una verdad oculta durante años Daniel mandó a llamar a Adriana Villamarín. Yiya es tan buena periodista como loca, le asignó la nota y de inmediato empezamos a trabajar en el plan de producción.
Dos días después, soportábamos el calor sofocante del centro de Villavicencio, hablamos con la escritora Silvia Aponte (Q.E.P.D), quien conoció muy de cerca a el Capitán Guadalupe Salcedo Unda, su testimonio fue de gran ayuda, pero aún faltaba rodaje. Debíamos trasladarnos hasta San Pedro de Arimena donde estaba la tumba del líder llanero.
Horas después, nos recibía el amanecer carmesí de Puerto Gaitán – Meta-, el alcalde de la localidad era amigo de mi padre Raúl Alfonso Coronell (Q.E.P.D), y nos había ayudado a contratar una lancha voladora para llegar más rápido a nuestro destino.
Esperábamos en una tienda tomando café, en la mesa de al lado dormía un gato como si fuera el dueño de esa región, segundos después llegaron los verdaderos administradores del territorio… Dos hombres en una moto con pistolas 9mm al cinto y fusiles de largo alcance.
- Quienes son y para dónde van? Dijo uno de ellos… Sus miradas eran frías y penetrantes, reflejaban el helaje de la muerte.
Germán Palma, sin duda uno de los mejores camarógrafos de Colombia y galardonado una infinidad de veces por su trabajo, contestó tranquilamente mientras tomaba un buchito de café.
- Somos periodistas de NTC Noticias, estamos esperando una lancha para ir a grabar la tumba de Guadalupe.
Sus penetrantes miradas hicieron más tenso el momento… hasta que el que conducía la moto dijo:
- Buena suerte. No se metan en problemas. Y se fueron en su ruidosa moto Enduro.
No solté la risa por el nerviosismo propio del momento… Los reporteros y cuerpo técnico de NTC Noticias, teníamos un imán para atraer los problemas o dar con ellos. Hace unos meses la periodista Carolina Sánchez, a quien de cariño llamábamos “La Gomela” me dijo por Instagram unas palabras muy ciertas con respecto a esa época: “No teníamos miedo, o si lo teníamos no se nos notaba”.
Los espectaculares paisajes que nos regalaba el río Manacacías hacían olvidar la humedad y el sol que por momentos se tornaba desagradable, sus aguas se veían mansas en la superficie, pero nuestros pies sobre la lancha sentían la fuerza en su interior.
A bordo de la lancha íbamos Adriana, Germán, un guía con su pequeño hijo de unos 10 años, el lanchero y yo.
Llegamos a San Pedro de Arimena directo al cementerio… Allí nos recibió amablemente el señor Marcelino Bautista, el sepulturero, un hombre bajito, con barriga de cervecero, de aspecto amable, de manos callosas, de andar ligero, piel tostada y arrugada por el sol. Nos llevó a la tumba de Salcedo Unda.
A pesar del paso del tiempo la tumba estaba casi intacta, fue diseñada con una extraña forma geométrica. En la parte superior habían sido enterrados los restos del Capitán Guadalupe, en la parte de abajo a la derecha los restos de su progenitora y a la izquierda el escolta que dio la vida intentado salvar a esa leyenda de los llanos colombianos.
El sepulturero se fue soltando mientras nos veía trabajar hasta que lanzó una verdad repetida por nuestros padres y abuelos, una verdad sin pruebas pero que muy pronto sería revelada.
- A Guadalupe lo mató el gobierno…
- No, ¿cómo así, usted por qué dice eso? Preguntó Yiya, poniendo su cara de yo no fui número 35; nosotros ya sabíamos la verdad con una prueba contundente.
- Si, primero lo convencieron de firmar la paz y luego lo mandaron a ir a Bogotá a una reunión... Y tenga que lo mataron. Ratificó Bautista.
Palma no perdía detalle en la grabación. Después Marcelino nos llevó hasta el fundo donde vivían unos familiares de Guadalupe, pero ellos negaron todo vínculo con el araucano que puso contra las cuerdas al Gobierno colombiano. A pesar de tener una foto en la sala de la casa, el hermetismo era total, como si aún vivieran en la época de la violencia de los años 40 del siglo XX. En la foto se veía a Salcedo sobre un caballo canelo, con revolver a la cintura infundiendo respeto y con la sonrisa propia de saborear los triunfos militares de esos años.
Sobre los lomos de un caballo todo llanero se sentirá siempre libre.
El regreso se convirtió en una odisea. Comenzó a diluviar y El Manacacías que horas antes era apacible, ahora, desbordaba toda su furia. El temporal arreciaba mientras oscurecía… La corriente traía consigo palos, ramas y árboles de mediano tamaño que podrían haber volcado la lancha; el peligro era inminente y todos podíamos terminar en el fondo del río. Jamás nos habrían encontrado.
Yiya, en medio de un extraño éxtasis gritaba en la punta de la embarcación obsesionada con seguir adelante a pesar del mal tiempo, eso colmó la paciencia del lanchero quien le ordeno sentarse con un grito ronco y seco.
- Yo no me voy a matar por usted. Paramos ya.
A la izquierda se divisaba un pueblito de unas 7 casas, era San Miguel, allí nos detuvimos.
Íbamos completamente empapados, lo único seco era la cámara envuelta en varias bolsas plásticas, llegamos a un billar que solo tenía una mesa de billar, la dueña nos miró como si fuéramos extraterrestres. Le preguntamos si tenía algo de comida, pues no habíamos probado bocado en casi 12 horas.
- Hay una latica de sardinas y les puedo preparar arroz. Nos dijo mientras nos veía escurrir agua.
Media hora después nos sirvió el arroz más masacotudo, pastoso y simple que he probado en la vida; pero era la gloria para nosotros… Compartimos por partes iguales y nos tocó de a pedacito de sardina a cada uno.
Debíamos salir lo antes posible del lugar, los extraños no eran bienvenidos y cualquier cosa podía pasar, el ambiente se enrarecía y se tornaba peligroso. Entonces optamos por llamar al conductor que nos esperaba en Puerto Gaitán, pero el temporal hacía difícil el desplazamiento.
Aburridos de esperar nos hospedaron en una casa… Me causó sorpresa que Germán Palma inmediatamente prefirió dormir en una habitación con el lanchero, el guía y su pequeño hijo; En la otra habitación quedamos Yiya y yo.
Media hora después entendí el por qué, Adriana, roncaba más que un tigre cebado, La lluvia, los truenos y los ronquidos me presagiaban una noche de insomnio; la cama que me tocó, dura como la vida, tampoco ayudaba.
Sobre la media noche llegó el conductor muy asustado… A esa hora era peligroso regresar, le cedí mi cama y le di un empujón a Yiya, me acomodé a su lado y lógicamente los ronquidos eran más fuertes; El conductor, se durmió rápidamente y para mi desgracia roncaba más que Adriana… La noche se fue en tremendo contrapunteo entre estos dos roncadores.
A las 3:00am cesó la lluvia y a las 4:00am no soporté más el duelo de silbidos y ronquidos, opté por levantarme y salir a un pequeño patio... Momentos después, apareció Palma y dijo – Ovejo vámonos de una- y así fue. Nos despedimos de todos y arrancamos rumbo a Bogotá.
Al ver el material grabado Daniel se obsesionó más con la historia y me pidió que ubicara al maestro Orlando “Cholo” Valderrama, para que grabáramos un corrido guadalupano… “Cholo” aún los canta.
Ya con todo el material, se dedicaron con Humbertico Huertas una noche entera a editar la sección “Memorando”. El texto de la nota, narraba la vida de Guadalupe Salcedo Unda, de cómo un peón nacido en Tame (Arauca) casi logra derrotar a los chulavitas patrocinados por el gobierno de turno, que durante años sembraron el terror matando liberales en los Llanos Orientales, de cómo firmaron la paz, tal vez la primera que se firmó en Colombia, y cómo fue asesinado en el sur de Bogotá.
Se hizo especial énfasis en la exhaustiva investigación que la Policía había prometido en su momento, para aclarar los hechos en torno al asesinato del Capitán Guadalupe Salcedo.
El remate de la nota fue el comienzo de esta historia, la toma que realizó Jairito Guzmán de la máscara necróptica de Guadalupe Salcedo en el museo de la Policía… En su ficha de identificación se leía: “Guadalupe Salcedo bandolero que operó en los Llanos Orientales, dado de baja en operativo de la Policía Nacional”.
Una vez salió esta información en televisión, la máscara de Guadalupe fue retirada del museo.
Han pasado 63 años de su muerte a balazos y la única prueba del vil homicidio fue la que se logró grabar en el momento que les narro. Solo hubo una confesión por error, porque la justicia nunca llegó.
Elkin Raúl Coronell Cadena.
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